
En la vida hay cosas que se hacen con orgullo y otras que han de hacerse POR orgullo. Las primeras colman el alma de satisfacción porque hablan de logros, méritos y éxitos alcanzados. Las segundas, lejos de lo que podáis estar pensado, al menos en este caso, hablan de amor propio. Sin embargo, es frecuente que haya quienes hacen y deshacen por orgullo, con la connotación negativa de la palabra; son quienes actúan desde la vanidad, la arrogancia y con cierto sentimiento de superioridad.
Lo importante ahora es que, como sabéis, junio es el mes del Orgullo LGBTI+ y aún demasiadas personas cuestionan la necesidad de celebrarlo. En mi opinión, cuestionan desde la ignorancia (otros desde la intolerancia y el irrespeto), la necesidad de llenar las calles con esos símbolos que hacen visible la realidad de la sociedad en la que vivimos, una sociedad que guste o no, es diversa y variopinta tanto como seres humanos existen. Esas personas carentes de empatía que se creen dueñas de la verdad absoluta señalan, ofenden y cuestionan a veces con frases tan absurdas y trilladas como: “es que no hay un día del orgullo heterosexual”. En este particular quiero aprovechar para confesarme en un ejercicio de honestidad.
Orgullo
Mi antiguo yo, aquella lejana mujer recién salida de su país de origen y marcada a fuego por la estructura hegemónica heteropratriarcal, hubo una época en la que, —a consecuencia de las creencias con las que fue criada, —también cuestionó la necesidad de la celebración del día del Orgullo LGTBI+. Y ¿cómo no hacerlo? Aquella visión sesgada provenía de la imposición normalizada de una sociedad y una cultura en la que todavía golpean, ofenden, señalan y maltratan a las personas diversas.
Para entonces me cuestionaba mi forma de amar y aún no había tenido la determinación de expresar mi sentir por miedo a ser rechazada y señalada por familiares y amigos. Me había, literalmente, tragado sin masticarlo, cómo tenía que sentir y pensar; cómo debía ser la sociedad “normal” y hasta cómo tenía que ser una relación de pareja. Esos condicionamientos me fueron transmitidos en una bolsa estanca, hermética, cerrada al vacío y sin opción aparente de ser abierta. Habían asumido que por haber nacido con genitales femeninos me debía sentir mujer y, a consecuencia, debía hacer las cosas que hacen las “mujeres de bien” (que son las que obedecen) entre ellas, amar a un hombre (también cisgénero por supuesto), casarme para tener una pareja monógama “hasta que la muerte los separe” y tener hijos.
Mi fortuna
Para mi fortuna, esa carcasa asfixiante en la que me habían embutido a presión se agrietó, sucedió cuando el dolor por aparentar ser quien no era se hizo insostenible. Fue cuando empecé a cuestionar esas estructuras predeterminadas que se daban y siguen proclamándose como las únicas válidas, porque son las frecuentes y que, sin embargo, mermaban mi salud (¡cuánto dolor innecesario!). Un día por fin me di cuenta de que mi vida era solo mía, y fue cuando el orgullo (entiéndase como amor propio) me salvó. Lamentablemente ese no ha sido el destino de muchas personas LGTBI+; demasiadas han muerto y siguen muriendo por el solo hecho de SER y existir.
Así que sí, lo repito y si hace falta lo grito, con el Orgullo no basta, ni bastará. Mientras haya una sola persona sufriendo por ser como es, por sentir como siente, por amar a quien ama hay que celebrar el Orgullo con y por orgullo. Con orgullo por lo conseguido y conquistado hasta ahora, porque gracias a todas las personas que antes sufrieron (algunas hasta morir) tenemos una ley que nos ampara y defiende, y lastimosamente podemos considerarnos personas privilegiadas en comparación a otros países, pero no hay que olvidar que el estado de derecho es muy frágil y hay que defenderlo y cuidarlo a diario.
Y sí, el día del Orgullo LGTBI+ también hay que celebrarlo POR orgullo porque, quienes saben de psicología, insisten en que el amor propio ha de ser el único amor incondicional, constante y prioritario; el verdadero motor de la vida y de las relaciones y por ende, el constructor de una sociedad justa, igualitaria y respetuosa que a fin de cuentas es por lo que el colectivo LGTBI+ siempre ha luchado y lo que abanderan los colores arcoíris.
Bandera
El Orgullo no se trata de una bandera, ni de un ideal político (aunque pienso que vivir es política); el Orgullo se trata de ser y dejar ser, de reconocernos de una vez como partes de un todo en el que cada quien, con su completud y singularidad, tiene su espacio y su función. Se trata de tener los mismos derechos y los mismos deberes, porque todas y cada una de las personas que existimos en este mundo pertenecemos a eso llamado humanidad.
Considero que el Orgullo hay que celebrarlo, proclamarlo y llevarlo puesto sobre la piel y bajo ella; hay que vivirlo, actuarlo y defenderlo no solo ondeando banderas arcoíris un día al año, sino a diario con acciones, palabras y hasta con los andares; con presencia y constancia, porque cada persona debe sentir orgullo de ser quien es y por ello merece respeto.
Pero esta solo es la visión de una privilegiada mujer blanca, cisgénero, lesbiana, monógama, inmigrante y con recursos suficientes que cada día agradece poder vivirse en libertad siendo todo eso.