
Me salieron los dientes en la gran capital, en el Madrid que acogió a más emigrantes que habitantes tenía. La no bien llamada “España vaciada” viene de largo… En realidad, es el producto del hambre y de la necesidad, aunque sea, según mis gustos, la tierra en la que mejor se come y, particularmente, donde además respiro, posiblemente porque los recuerdos que me invento me facilitan el oxígeno que preciso para soportar a tanto “empalmado”.
La verdad es que no me identifico nada con las euforias de una gran parte de ciudadanos, los y las que dicen ser mis compatriotas, por aquello de compartir territorio y éxitos futbolísticos.
Cuando mi hijo mayor era pequeño decían los ojeadores que tenía posibilidades en eso de dar patadas y meter goles, y, sobre todo, evitar que los metieran, pero no tuvo ningún apoyo por mi parte, y de las pocas veces que pude ir a verle jugar, en el intento de dárselo, aplaudí a los contrarios creyendo que eran los propios. Es decir, un auténtico desastre.
Empalmados
Mis antecedentes no son los responsables de mi confesada fobia a esos alrededores del gran negocio que son las “sociedades anónimas” del balón, aunque reconozco que nada parece importar más a la mayoría, en especial a la masculina. He escuchado los alaridos que aclamaban ¡España! ¡España! con tal exaltación y entrega, que estoy convencida de que el mundo cambiaría si a ese mismo nivel les interesase gestionar otros asuntos que sí son urgentes.
Esto es lo que se traduce en “pan y circo”, y es obvio que en esta sociedad lo primero sigue sin estar resuelto, y en lo referente a la pista, se han invertido los papeles, y los equilibristas, payasos y fierecillas amaestradas somos nosotros. Con el agravante, que no eximente, de que cuanto más esperpéntico sea el espectáculo, más adictos consigue.
Estar en las semifinales provoca tal calentamiento hormonal que las otras cuestiones dan absolutamente igual. Es, además, la excusa perfecta para la cervecita, y no nos altera si vuelven a subir los contagiados por la COVID, y aún menos, si hay un nuevo asesinato machista. Tampoco nos perturba la atroz injusticia institucional, la que arranca a las madres protectoras a sus hijos e hijas cuando descubren, y denuncian inocentemente, los abusos sexuales, violencia y amenazas que padecen las criaturas en sus casas a manos de sus progenitores maltratadores y pederastas.
Es más, algo que se desconoce, el incesto y el terrorismo contra las criaturas, en esa España que tanto aplaude goles y vitorea a sus ídolos, no se está condenando, y si algún juez o jueza sensato lo realiza, suele ser en últimas instancias, cuando los menores, y sus madres, ya han soportado años de calvario, siendo violados tanto por el sistema, como por el monstruo al que obligan a ver por compartir apellido.
Según la Fundación Anar, Save The Children, y UNICEF, 2 de cada 5 niñas, y 1 de cada 5 niños, van a sufrir abusos sexuales a lo largo de su infancia y adolescencia por parte de su entorno más cercano. Hagan ustedes números de la cantidad de depredadores que se camuflan en el vecindario y en la familia sin las mínimas consecuencias.
Las madres
Cuando las madres, el colegio o los pediatras piden ayuda a las autoridades, comienza el segundo infierno, el maltrato judicial que solo puede definirse con una palabra: tortura. Jamás quieren creen a los menores, aunque tengan partes de lesiones y expliquen claramente las atrocidades a las que sus padres, o abuelos, les someten, y cuentan para ello con los defensores del inexistente SAP.
Pero este falso síndrome de alienación parental, creado por un pedófilo para normalizar las ¨relaciones sexuales entre adultos y menores¨, y que, entre otras barbaridades, sostenía que a las mujeres nos gusta ser golpeadas, cuanta con demasiado respaldo institucional, y no es casual que quienes defienden a este ¨gurú de la pedofilia¨ ostenten puestos claves para destruir la vida de las víctimas con el respaldo oficial.
Ahora, para colmo tenemos la Ley Trans, la que decide que el sexo se elige, y aún peor, los que intentan que creamos que nuestro cerebro es rosa si has nacido mujer, y azul si eres varón. Demasiado denominador común en ambos disparates. La esencia está en vencer al contrario, en triunfar a cualquier precio, en lo que se llama “ganar”, para lo que solo es imprescindible “no pensar”, ni en soledad ni en voz alta. Importa más poner el codo que el hombro, y también el culo, pero si tienes para pagar la fianza duermes en tu casa, con o sin Rockefeller, que para eso la señora justicia lleva los ojos muy bien cubiertos.
Continúen subiéndonos el volumen del ruido, que eso empalma, como decía Luis Enrique, el entrenador de la selección española de futbol, respecto a los jugadores, mientras tanto yo me voy inventando mis humedades en otra España. Una España que no se lamente sin más por los asesinatos de niños, niñas, mujeres y hombres cometidos por la misma barbarie: patriarcado, machismo, misoginia, adulcentrismo, racismo y homofobia, una España que no continúe ondeando cómplice la bandera de la indiferencia.