Histeria colectiva, teorías de la conspiración y luchas de egos digitales como ingredientes fundamentales de nuestro zeitgeist, marcado por la polarización de las redes sociales
2021 y la nueva década han dado el pistoletazo de salida trayéndonos una serie de estampas inolvidables, con el asalto al Capitolio en Washington a la cabeza. Los valores retrógrados americanos son los mismos de siempre pero la forma de expresarlos ha cambiado. El cierre de las cuentas de Donald Trump en redes sociales, que podría haberse hecho durante el mandato o incluso antes y que abre otro debate en sí mismo, es insuficiente. Porque este clima de mentiras (denominado palabra del año en 2016 como ‘posverdad‘) se ha convertido en la norma.
El status quo del populismo y las medias verdades interesadas se ha expandido por todo el mundo. A fin de cuentas, observamos y analizamos el mundo a través, principalmente, de pantallas que nos dan constantemente lo que queremos ver y leer. La información siempre fue un producto pero en estos últimos años, para la mayoría, la opinión se ha convertido en información.
Las teorías conspiranoicas como la del Qanon se abren paso, también, debido a la incapacidad de la izquierda tanto para comprender la desilusión de estos ciudadanos como para contrarrestarla con explicaciones y argumentos de calidad. El insulto vale lo mismo (nada) tanto en uno como en otro lado.
Sobre los ‘inconscientes’
“Estamos hartos de todo, ergo nos da igual todo”. Este nihilismo lleva también tiempo asentado en nuestro país. De la rave de Llinars, Barcelona, al negacionismo de la nieve en Madrid -del que ya hemos hablado-, no deja de sorprender la capacidad de nuestros conciudadanos de no pensar más allá de sí mismos.
Con un grave repunte de casos de COVID, en medio de un temporal de frio polar y la recomendación de no salir de casa excepto para lo imprescindible, cantando en la Plaza del Sol de #Madrid:
Pero cuando vemos a docenas de personas bailando la Macarena y cantando ‘A quién le importa’ de Alaska en Puerta del Sol, ignorando la pandemia por completo, no creo que sea positivo encerrarnos en perspectivas pesimistas y repetir que la humanidad no tiene futuro. Si de verdad queremos tenerlo, y luchar por él, debemos imperativamente ser más constructivos, aunque nos cueste un mayor esfuerzo: Tener voluntad de convencer a nuestros contrarios en vez de intentar imponerles nuestra perspectiva, que hemos determinado como moralmente superior.
El oportunismo político en nuestro país
La derecha española sigue aprovechándose de la situación para intentar deslegitimar la democracia y el sistema político. Ante las elecciones catalanas del 14 de febrero, figuras destacadas y cercanas a Junts -lista capitaneada por Laura Borràs y heredera de Convergencia- aseguran, igual que lo hizo Trump antes de las elecciones americanas, que el voto por correo va a ser indudablemente falseado y que hay que acudir en masa a las urnas en persona, mostrando, de nuevo, un alto nivel de irresponsabilidad sabiendo que estamos en el punto álgido de la pandemia.
El postureo populista de Casado (PP) y Abascal (VOX) ante el temporal.
El discurso es compartido con el de la derecha española: llaman al ‘auténtico pueblo’ a levantarse contra gobiernos y partidos tiránicos y prometen que la grandeza de la nación regresará cuando estén, una vez más, en el poder. La realidad material nos demuestra que cuando gobernaron su acción se centró en aumentar la desigualdad y dinamitar nuestros derechos. Desde el intento de aprovecharse del asalto al capitolio para sus intereses partidistas hasta acciones aparentemente mucho menores como el pedir a ciudadanos voluntarios que retiren la nieve en Madrid, todo comparte un mismo objetivo: deslegitimar las instituciones y los servicios públicos en favor de su país de auténticos patriotas, dispuestos a tomar el control de las crisis con sus propias manos.
Compromiso con un futuro justo
Como podéis ver, 2021 ha empezado de forma agitada y con motivos de sobra para razonar tirar la toalla. Pero si lo hacemos, perdemos. En una cosa estoy de acuerdo con la ultraderecha y los señoritos: necesitamos una sociedad comprometida. Eso sí, ese compromiso debe ser indudablemente con la verdad, con la igualdad y con la justicia social. Tampoco nos basta con apoyar ciegamente a gobiernos de izquierdas y esperar que nos lo den todo; su silencio cómplice con la reciente subida de la luz es muestra de ello.
Vivimos en una sociedad colapsada por el ruido. Oímos y gritamos mucho pero aprendemos poco. Nuestro movimiento contracultural debe implicar que hagamos ruido en todas partes. Sea en en comunidades de vecinos, en asociaciones culturales, en sindicatos, o en medios de comunicación. Eso sí, tenemos que saber hacerlo con criterio, para que ese ruido se convierta en mensajes claros que nos permitan avanzar juntos hacia el futuro que deseamos y necesitamos.
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